Sin duda alguna que, cuando los hijos de Israel viajaban desde Egipto hacia la tierra de Canaán, tuvieron muchas, pero muchas necesidades. Según algunas estimaciones, estamos hablando de 2 millones de judíos, lo cual implicaba una gran cantidad de alimento y agua. ¿Y sabe qué? Ambas necesidades fueron satisfechas por el poder de Dios. El texto que hoy estaremos considerando, nos da una idea del alimento que comieron en su travesía.
El maná que cayó en el desierto, fue una gran bendición para la gente de Israel. Los alimentó en esa tierra dura por cuarenta años. Dios usó ese alimento para sostenerlos y fortalecerlos hasta que llegaron a Canaán. Y aunque ese maná se les dio para alimentar sus cuerpos físicos, dicho alimento también sirve para enseñarnos algunas verdades espirituales.
Mientras Jesús vivía en esta tierra, los
judíos lo desafiaron a que les demostrara que él era quien decía ser. Por
ejemplo, sugirieron que, si realmente era quien decía ser, entonces les diera a
comer maná del cielo, así como Moisés lo había hecho con sus antepasados en el
desierto (cfr. Juan 6:31). En respuesta, Jesús les dijo que Dios, y no Moisés,
fue quien les había dado pan a sus antepasados en el desierto. Pero, también
les dijo que, el maná, tenía un propósito aún mayor que el de alimentar a un
pueblo que había muerto hace mucho tiempo. Les dijo que el maná lo representaba
a él. Y, de hecho, Jesús afirmó que Él era el pan de vida (Juan 6:32-35, 48,
51). Es así que Jesús se identifica como el verdadero pan de vida, siendo aún
mejor que el antiguo maná que alimentó a Israel en el desierto.
Ahora, si regresamos al desierto, vemos que,
cuando la gente de Israel encontró los trozos de pan en el desierto, lo miraron
y lo llamaron “maná”. La palabra “maná” significa, “¿Qué es esto?”, y esta fue
la pregunta que hicieron al ver ese pan. Dice el verso 15, “Y viéndolo los
hijos de Israel, se dijeron unos a otros: ¿Qué es esto?” Quiero tomar esa
pregunta para meditar, sobre todo, en aquello que ese pan representaba. Sabemos
que era “pan”, pero, ¿sabemos qué representa? Mis hermanos, hay lecciones allí
que nos ayudarán a conocer a Jesucristo, o bien, para conocerlo mejor.
¿QUIÉN
CONCIBIÓ EL MANÁ?
Dice Éxodo 16:4, “Y Jehová dijo a Moisés: He aquí
yo os haré llover pan del cielo; y el pueblo saldrá, y recogerá diariamente la
porción de un día, para que yo lo pruebe si anda en mi ley, o no”. Este
texto nos dice que…
La idea del
maná se originó en Dios.
No fue idea del hombre. Ningún israelita pensó jamás en que llegase a existir
“pan del cielo”. De hecho, toda la gente de Israel estaba pensando en comida,
pero, no en el “pan del cielo”, sino en todos y cada uno de los alimentos que
habían dejado en Egipto. De hecho, si Dios los hubiera dejado arreglar por sí
mismos su necesidad de alimento, de seguro se hubieran ocupado en algo que
fuese parte de sí mismos. Se hubieran dedicado a buscar algo que gratificara su
carne. Pero, al enviar el maná, Dios eliminó al hombre totalmente de la
ecuación. Fue por eso que el maná era gratis, y todo lo que la gente tenía qué
hacer para tenerlo, era agacharse y recogerlo (v. 14-17). Este pan que
descendió del cielo, fue dado por la pura gracia de Dios. Por su falta de fe, y
por su anhelo de regresar a Egipto, ellos merecían el juicio de Dios y la
muerte, pero en lugar de eso, ¡Dios les dio vida!
La idea de
la salvación también se originó en Dios. Cuando hablamos de nuestra salvación, también
estamos hablando de algo que Dios ha concebido. Si Dios hubiese dejado al
hombre arreglar este problema espiritual, estoy totalmente seguro que el hombre
hubiese buscado una experiencia religiosa que fuese satisfactoria y
gratificante para su carne. Y estoy convencido de eso, porque eso es
exactamente lo que vemos en las religiones paganas, y dentro del sectarismo
religioso que nos rodea. Por otro lado, algunos habían concebido una religión
donde salvarse según sus méritos. De hecho, existen muchas personas que,
viviendo sin Dios y su voluntad, creen equivocadamente que pueden ganarse su
salvación. Creen que, si hacen suficientes buenas obras, serán salvos, o si
están asociados con ciertas personas, o si son los suficientemente buenos,
serán salvos. El hombre siempre estará buscando caminos donde él sea aplaudido
por haber logrado su salvación. Al hombre le gusta presumir, le gusta hacer
alarde de sus logros. Pero, ese no es el plan de Dios (Efesios 2:8-9). El plan
de Dios es que el hombre sea salvo a través de Jesucristo, y solo a través de
Jesucristo. No hay otro plan disponible que salve el alma humana. En Juan 14:6,
Jesús dijo, “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino
por mí”. Hablando de Jesucristo, el apóstol Pedro dijo, “Y en
ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los
hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12). La salvación no se
trata de lo que podemos hacer, sino de lo que el Señor ha hecho. Mis estimados
hermanos y amigos, podemos hacer todo lo que queramos, creer todo lo que queramos,
asociarse con grupos que aceptemos, pero la salvación solo se encuentra en una
persona, y esa persona es Jesucristo. Ese es el plan que Dios ha concebido.
¿QUÉ PODEMOS
DECIR DE SUS CARACTERISTICAS?
Los detalles que la Biblia usa para describir
el maná que cayó en el desierto revelan una hermosa imagen del Señor Jesús.
Su aspecto. Dice Éxodo 16:14, “Y
cuando el rocío cesó de descender, he aquí sobre la faz del desierto una cosa
menuda, redonda, menuda como una escarcha sobre la tierra”. En el verso
31, también leemos, “Y la casa de Israel lo llamó Maná; y era como semilla de culantro,
blanco, y su sabor como de hojuelas con miel”. Aquí puedo que, el maná
parecía una imagen de Jesús.
En primer lugar, era algo “pequeño”; lo cual
es una perfecta representación de la humildad. Jesús es el creador del universo
(Juan 1:3). Él es Dios (Juan 1:1); sin embargo, vino a este mundo, “tomando
forma de siervo, hecho semejante a los hombres; 8y estando en
la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la
muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:7, 8) ¡Cuánto amor hay aquí! Y
todo por pura gracia. Él se hizo pequeño, a pesar de todo su poder.
En segundo lugar, el maná era “redondo” (Éxodo
16:14). En otras palabras, era como un círculo que no tiene principio, ni fin;
lo cual es una clara referencia a la eternidad de nuestro Señor. Él es
eternamente Dios. Él no tuvo comienzo, él no fue creado. Él no llegó a existir
en Belén, y lo prueba su propia declaración cuando dijo, “De cierto, de cierto os digo:
Antes que Abraham fuese, yo soy” (Juan 8:58). Y así como no tuvo
principio, tampoco tendrá fin, como lo dice Hebreos 7:25, “por lo cual puede también salvar
perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para
interceder por ellos”. Nuestro salvador es eterno.
Según Éxodo 16:31, el maná era “blanco”. Lo
cual bien puede ser una referencia a la pureza. La blancura del maná habla de
la pureza de Cristo. Él nació en este mundo, “fue tentado en todo según
nuestra semejanza, pero sin pecado” (Hebreos 4:15). También Pedro,
hablando de Cristo, dijo, “el cual no hizo pecado, ni se halló engaño
en su boca”. El apóstol Juan también dijo, “Y sabéis que él apareció para
quitar nuestros pecados, y no hay pecado en él” (1 Juan 3:5). En
Hebreos 7:14, leemos, “Porque tal sumo sacerdote nos convenía:
santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que
los cielos”. Por su pureza él fue nuestro sacrificio aceptable delante
de Dios, para hacer posible nuestra redención.
En tercer lugar, consideren su eficacia. En
Éxodo 16:35, dice, “Así comieron los hijos de Israel maná cuarenta años, hasta que
llegaron a tierra habitada; maná comieron hasta que llegaron a los límites de
la tierra de Canaán”. Dios diseñó el maná de tal manera que fue una
bendición para todos los que lo comieran. Se alimentaron con él por cuarenta
años, y ninguno estuvo enfermo, o desnutrido. El maná fue eficaz para saciar el
hambre del pueblo. Esto mismo podemos decir de Jesucristo, quien dijo, “Porque
mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. 56El
que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él” (Juan
6:55-56). El comer la carne y beber la sangre de Cristo significa recibir los
beneficios de la muerte de Cristo por medio de la obediencia al evangelio, y estar
espiritualmente unidos a Él, para gozar de todas sus bendiciones espirituales.
Su sacrificio fue eficaz, como el maná lo fue en su tiempo.
En cuarto lugar, considere su “sabor”. Según
el verso 31, de Éxodo 16, el maná era “dulce”. Sin duda alguna fue una
agradable sorpresa cuando los judíos probaron este pan. Era dulce, delicioso. Esta
es una gran imagen del Señor Jesucristo. Para el pecador, Jesús parece ser
duro, un aguafiestas cósmico que se deleita en evitar que la gente se divierta.
Pero, cuando llega a conocerlo, ¡encuentra que Él es el deleite del alma! Descubres que Él hace que la vida valga la pena.
Cada día con Jesús es más dulce que el día anterior. El salmista lo dijo de
esta manera, “Gustad, y ved que es bueno Jehová; dichoso el hombre que confía en él”
(Salmo 34:8). Esta es la experiencia de quienes están cerca del Señor.
En quinto lugar, fue “suficiente”. De acuerdo
a los versos 16-18, no importa cuánto maná una persona reuniera, siempre tenía
la cantidad necesaria. Lo mismo pasa con Cristo, cuando uno viene a él, pronto
se dará cuenta que él es suficiente para salvar su alma.
Por cierto, según Números 11:8, después de dos
años, algunas personas se cansaron del maná. Ellos probaron todos los trucos a
su alcance para cambiar su sabor, pero, en lugar de mejorarlo, sus intentos
arruinaron su delicioso sabor. Esto mismo pasa cuando los hombres agregan sus
escrúpulos o sus ideas al evangelio de Cristo. Pretenden hacerlo más atractivo,
o más apegado a sus ideas, y lo único que hacen es arruinarlo. Terminan por
mitigar su poder sobre el pecado. Por eso, cada persona debe entender y aceptar
que el evangelio de Cristo, así como está en la Biblia, es suficiente (Romanos
1:16)
En sexto lugar, consideren cómo la gente se
asía de él. Esto es interesante, pues, la manera en que los hijos de Israel
recogían el maná, también pinta un cuadro de cómo la gente debe venir a Jesús.
Para recoger el maná, la gente tuvo que
agacharse. El maná apareció en el suelo. Para recogerlo, la gente tuvo que
doblar sus rodillas y bajar allí donde estaba para tomarlo. Esta acción de
doblar las rodillas nos muestra la humildad.
Mis hermanos y amigos, la única manera de
venir a Jesús para salvación es con un corazón humilde. Jesús dijo, “De
cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el
reino de los cielos. 4Así que, cualquiera que se humille como este
niño, ése es el mayor en el reino de los cielos” (Mateo 18:3-4). Nadie
puede ser recibido por Jesús si viene lleno de orgullo. Los únicos que pueden
acudir a Él son los que se ven a sí mismos como pecadores, que necesitan un
Salvador. Aquellos que vienen a Jesús lo hacen inclinándose en humilde
arrepentimiento (Hechos 17:30).
Para beneficiarse del maná, la gente tuvo que
comerlo. El maná fue recogido por los hombres de cada tienda. Cuando se trajo
el maná a la tienda, se dividió según el número de personas que había en la
tienda. El maná estaba allí, pero no podía ayudar a nadie hasta que lo
comieran. ¡La única forma de beneficiarse del maná era introducirlo en su
interior! Una vez más, ¡esto nos habla de Jesús! Usted puede venir a la iglesia
en compañía de su esposo, o de sus padres, o de sus amigos, pero nunca será
salvo hasta que venga a Jesús por usted mismo. Nadie puede hacerlo por usted. Gracias a Dios por las mamás y los papás
salvos, pero los hijos no pueden viajar al cielo en sus faldas, ni en sus
brazos. Aquí nuevamente las palabras de la Biblia, Hechos 16:31-33, ¡todos
tuvieron que obedecer!
EL MANÁ ES
UN RETRATO EXACTO DE JESÚS.
El lugar a donde vino el maná y a quién
apareció también dice algo sobre este pan milagroso.
Dicen los versos 1 y 2 de Éxodo 16, “Partió
luego de Elim toda la congregación de los hijos de Israel, y vino al desierto
de Sin, que está entre Elim y Sinaí, a los quince días del segundo mes después
que salieron de la tierra de Egipto. 2Y toda la congregación de los
hijos de Israel murmuró contra Moisés y Aarón en el desierto”.
Este texto nos muestra que el maná vino a un
lugar lleno de renegados. Los hijos de Israel deambulaban por un desierto duro
y árido cuando el maná comenzó a aparecer. Cuando Jesús vino, vino por las
personas que estaban atrapadas en el desierto de sus pecados (Efesios 2:1-3). Vino a rescatar a personas que no tenían
esperanzas de librarse a sí mismas.
Vino a dar libertad a los cautivos (Lucas 4:18). Gracias a Dios, Jesús
vino a donde estábamos, y a pesar de lo que éramos. Si hubiera venido por la
gente buena, el cielo habría sido un lugar solitario. Pero, vino por los
perdidos, por los condenados. Vino por nosotros, como dice Marcos 2:17, “Los
sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a
justos, sino a pecadores.”.
En Éxodo 16:3, los hijos de Israel dijeron, “Ojalá
hubiéramos muerto por mano de Jehová en la tierra de Egipto, cuando nos
sentábamos a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta saciarnos; pues nos
habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda esta multitud”.
El maná fue enviado a un pueblo necio. Dios
envió el maná a un pueblo que anhelaba lo que habían dejado atrás en Egipto. Estaban
cansados del plan de Dios y del camino de Dios. No merecían Sus bendiciones. Aun
así, Dios envió a esas personas insensatas la comida que necesitaban.
Así es con Jesucristo. Vino a un pueblo que no
quería tener nada que ver con él, como dice Juan 1:11, “A lo suyo vino, y los suyos no le
recibieron”. Vino a un pueblo que lo odiaba, se burlaba de él y finalmente
lo crucificaron. Sin embargo, vino a ellos de todos modos. Vino con amor,
gracia y perdón. Vino a ofrecerles la vida eterna. Hoy hace la misma oferta a
todos.
Amigos, yo no lo estaba buscando cuando vino a mí. Yo estaba perdido y camino al infierno. Sabía que había un Dios y que algún día lo encontraría. Sabía que probablemente lo enfrentaría a Él en juicio. Pero, no me preocupé por eso. No le di mucha importancia. Sin embargo, luego de rondarme por algunos años, irrumpió en mi oscuridad y me llamó a una nueva vida en Jesucristo.
CONCLUSIÓN.
¿Qué hay de usted? ¿Alguna vez has probado ese Pan Celestial? ¿Ha sido salvo por la gracia de Dios? Si es así, entonces sabe de qué se trata. Pero si no, hoy puede saberlo. Éxodo 16:4, dice que el maná fue enviado para probar a la gente. Fue enviado para probar su obediencia. Lo mismo ocurre con Jesús, como dice Juan 8:24, “Por eso os dije que moriréis en vuestros pecados; porque si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis”. Hay mucho más que podría decirse sobre el maná. El versículo 7 nos dice que el maná fue enviado para revelar la gloria de Dios. Amigos, Dios recibe más gloria por salvar a un viejo pecador que por cualquier otra cosa en este mundo. Si lo necesita, ¿por qué no darle gloria y venir a él hoy?